lunes, 7 de septiembre de 2009

Los diputados de chocolate y la cultura priísta


Diez diputados pidieron licencia a su cargo apenas unas horas después de protestar cumplir la constitución, para dejar el lugar a sus jefes políticos.

Como la mayoría de quienes solicitan licencia son mujeres, el asunto se ha tomado como un problema de genero, porque, se dice, los hombres usan a las mujeres para llegar a los puestos de representación popular. También, con mucha razón, se dice que así los partidos y diputados solicitantes de licencia defraudan a la democracia y al sistema de representación política.

La trampa de someter a consideración de los ciudadanos a una persona y dejar a otra el ejercicio de la representación popular la realizan dos priístas, seis de su casa chica, el PVEM (que no es partido, no tiene nada de verde, mucho menos de ecologista y no es de México, sino de una familia), una del PT y otra del PRD, pero es una clara e inconfundible expresión de la cultura que difundió y convirtió en forma de ser del mexicano del siglo XX el PRI, esa que hundió a nuestro país en el pantano de la corrupción.

La priísta es la cultura de la corrupción, es la que para toda ley inventa una trampa, la que siempre encuentra la forma de evadir las leyes, de romper las reglas; de corromperlo todo. Es la cultura del cinismo como coartada: “si no robo yo, otro lo hará”, “no me den, ponga donde hay”, “todos tienen su precio”, “no le hace que roben, pero que salpiquen”, etc. Es la cultura del clientelismo, de la desvergüenza, del robo, de la corrupción en todas sus formas.

Esa cultura fue la que mató a casi 50 niños pequeños en la guardería ABC, en Hermosillo, Sonora, porque con tal de hacer negocio, de obtener un poco o un mucho de dinero extra, de saltarse las reglas, los funcionarios públicos actúan deshonestamente. Con base en el cinismo, la negligencia y la irresponsabilidad, los síndicos y el presidente municipal aceptan que se instale una guardería en una bodega, “al fin que no pasa nada”. En la misma lógica el gobernador le ofrece a amigos, a cómplices y a familiares, que pongan una guardería para ofrecerle el servicio al IMSS: “no hay problema, te consigues un local, unos juguetes y contratas dos o tres muchachas para que cuiden a los niños”. Inmersos en la misma cultura, los funcionarios del IMSS contratan el servicio de guardería prácticamente sin verificación alguna porque “así lo mandan de arriba”, porque los dueños “son influyentes” o porque salpican.

Y nadie se siente culpable o responsable de algo. A nadie se le ocurre renunciar por haber sido cómplice activo o pasivo de un crimen. Cada uno piensa que se limitó a hacer su trabajo, que nadie podía imaginar lo que pasaría, que en los accidentes nadie tiene la culpa, que recibió órdenes, que él que iba a saber, que así está el sistema.

Esa cultura del cinismo, la desvergüenza y el nulo respeto por las demás personas es la que hace suponer a los candidatos que pueden retocar sus fotografías para las campañas electorales e incluso usar imágenes captadas veinte años atrás. Esa cultura priísta es la que les permite autojustificarse a los partidos y a los candidatos por la compra de votos y la coerción a los votantes: “es que así es la cosa, si no lo haces tu, lo harán los demás y perderás”.

Esa cultura ha servido de justificación a los líderes charros para todas sus claudicaciones, traiciones, clientelismo y corrupción.

Esa cultura del yo hago lo que quiero y para lograrlo recurro a lo que sea, es la que esta detrás de la idea genial de poner a una persona como candidata a un puesto de representación popular (para cubrir cuotas de género o para ocultar a candidatos impresentables o perdedores) solo para que posteriormente renuncie y su amo o patrón ejerza en su lugar la representación popular.

Hay pocas cosas tan torcidas y que le quitan todo sentido al sistema de la democracia representativa como los diputados de chocolate. Esto es peor que robar o inventar votos, porque implica que un partido o grupo traiciona y engaña a sus propios electores. Y de paso demuestra que los electores (este hecho les sirve para autojustificarse a los perpetradores de las diputaciones de chocolate) no tienen ni la más remota idea de por quién están votando (ni les importa, en la mayoría de los casos) y en consecuencia tampoco vigilan su desempeño legislativo. Hay un abismo entre representantes populares y ciudadanos.

Esta cultura de indolencia, corrupción, irresponsabilidad, desprecio y cinismo es la que algunos poderosos empresarios, los sectores más conservadores de la jerarquía católica y los herederos del aparato priísta intentan volver a colocar en la presidencia. ¡Cuidado, eso es peor que el panismo! Porque los panistas salieron corruptos y de mala entraña, pero torpes e incompetentes. Los priístas, en cambio, son corruptos, de muy mala entraña y además competentes y eficientes, ellos sí saben cómo hacerlo.

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